¿ Somos la raiz del problema ?

En el artículo anterior nos situamos en la realidad y que en definitiva para situarnos allí necesitamos tomar conciencia.

Hablar de toma conciencia se me hace arduo y difícil, entre otras cosas porque explicarlo en pocas palabras seria ofensivo para todos estos maestros que hacen autentico arte y literatura sobre el tema. Pero sí recomiendo una lectura sosegada sobre la toma de conciencia: Puede ser liberador saber que todas nuestras acciones y decisiones están en nuestra mano tomarlas, y también saber percibir el impacto o incidencia que pueden causar en los demás.

No fue un paso premeditado, sino el hecho de lanzarnos preguntas, cada vez más nos situaba en una realidad que hasta el momento no nos habíamos detenido a indagar. Nos dimos cuenta de que había acciones que no poníamos en práctica o porque no era de nuestra incumbencia. O no tomábamos decisiones porque ni siquiera sabíamos si se tendrían en cuenta. O simplemente creíamos que eran otros los que tenían que tomar las decisiones. Nos perdimos propuestas geniales simplemente por el mero hecho de no invertir tiempo en escuchar.

Una vez tomamos conciencia nos dimos cuenta de que tomar decisiones en conjunto nos traía más satisfacción, más equilibrio y nos liberaba, en este caso a los jefes, de ser los únicos responsables de una decisión acertada o equivocada.

No fue un proceso sencillo. Como os podéis imaginar el carrusel de emociones fue intenso, pero a la vez nos dio la oportunidad de conocernos en mucha más profundidad del que hasta el momento teníamos conocimiento. El primero que tuvo que responder a preguntas que hasta el momento no se habían planteado fue, en ese momento, un jefe que cargaba con la mochila de todas las decisiones. ¿Y como podía tomar decisiones si no sabía las inquietudes de, en ese momento, sus empleados?

 

Esa fue la primera gran decisión: Convertirnos los jefes y empleados en colaboradores, por igual. Escucharnos. Trasformamos una organización vertical, en una organización horizontal. Saber que opinamos los unos de los otros. Saber porque actuamos de un modo u otro. Conocer las incertidumbres, necesidades, deseos, presentes y futuras. En conclusión, tener todas las respuestas necesarias encima la mesa para poder trazar un nuevo plan de trabajo.

Puede parecer un trabajo difícil e incluso irrealizable, pero cuando somos capaces de quitarnos los trajes de veterinarios, auxiliares, recepcionistas y/o empresarios nos quedamos desnudos delante los diferentes roles y somos capaces de contribuir con ideas que por el momento podían parecer impensables de realizar. Hemos dejado de estar preocupados, desazonados y con unos niveles de desgaste paralizantes y nos hemos convertido en personas mucho más comunicativas, receptivas y pro-activas.

Poco a poco fuimos dejando la desidia para convertirla en creatividad. Dejamos de sentirnos culpables para sentirnos responsables. Dejamos de acatar para proponer. Nos olvidamos de mandar para dirigir y/o liderar. Por último, cambiamos la cuenta de resultados por la cuenta de bienestar.

Suena bien, verdad? ¿Entonces porque nos resistimos al cambio? ¿Porque nos cuesta reconocer que en ocasiones los dirigentes somos la raíz del problema? ¿Porque nos empecinamos en intentar cambiar a los demás en vez de nosotros mismos? Quizás es porque aún no hemos tomado conciencia. Cuando lo hagamos tendremos la oportunidad de apreciar el presente. Posiblemente cuando lo logremos, podamos aprender y agradecer todo lo que nos regala nuestra profesión.